De Josef de Acosta, edición crítica de Fermín del Pino
2008 / 22 x 29 cms. / 330 pgs. AGOTADO
El P. Josef de Acosta (1540-1600) residió en el virreynato peruano por varios años (1572-1586), destacándose entre los primeros jesuitas hispano-americanos por su dinamismo vital y profesional en sus aspectos misionales y teológicos. Residió normalmente en Lima ligado al colegio jesuita y a la Universidad de San Marcos, pero tuvo ocasión de visitar todo el sur del virreynato, captando con una mirada curiosa las rarezas de la naturaleza peruana y el ingenio de sus numerosos habitantes. Escribió varias obras, pero es de especial importancia la que ahora presentamos.
El investigador del CSIC Fermín del Pino, que lleva tiempo dedicándole su atención como etnógrafo e historiador de las ideas antropológicas, ha reunido todos los elementos necesarios para que el lector moderno reconozca en su lectura lo que el autor quizo dejarnos ver, así como las varias interpretaciones que se han sucedido, sobre el autor y su magna obra.
1 comentario:
ACERCA DEL CARÁCTER LITERARIO DE LA OBRA DE ACOSTA
No es la primera vez que se aborda el género literario en la obra de Acosta, ni creo que será la última. Pero tampoco es muy frecuente este tratamiento en Acosta, si se exceptúa el análisis de la famosa Peregrinación de Bartolomé Lorenzo, que promovió un interesante debate de parte del profesor José Anadón (1988) contra los postulados novedosos de José Juan Arrom (1982), su editor más reciente: quien le atribuía la apreciada categoría de primer novelista peruano, con beneplácito de Antonio Cornejo. Creo que ambos polemistas extreman un poco su posicionamiento arguyendo en favor de dos posiciones encontradas (ficción o realidad), que definen polarmente a la creación literaria: como un propósito deliberado de inventar realidades para llevar a cabo metas novelescas (Arrom), versus una escritura que se refiere taxativamente a hechos históricos y concretos (Anadón)
Por mi parte, querría añadirle en este momento un componente más desde una posición post-moderna, y es marcar el talante literario en las estrategias que todo descriptor de un mundo nuevo y exótico se ve obligado a usar para ser creído de los suyos, y poder crear el tono adecuado de comunicación. Todo autor quiere persuadir al lector, y emplea para ello instrumentos literarios. En un autor de cartas anuas -edificantes y curiosas- como era Acosta, desde muy joven, no es mucho pedir que elabore una 'vida de santo' o del 'curso sinuoso de la conversión' con cierta gracia e intriga moral, en un momento en que los datos de estas cartas eran empleados por sus colegas jesuitas para 'santificar' a Ignacio de Loyola y Javier de Navarra. ¿No es el uso que le dieron sus primeros editores del XVII y XVIII, en sendas 'vidas de santos' o de varones ilustres jesuitas? El estilo o género literario existe ya en la propia Historia, en cuanto estrategia discursiva o persuasiva; pero también es diferente del adoptado (por él mismo) para traducir a Jenofonte, componer un tratado misional/catequético, redactar un drama sacramental (origen del teatro hispano) o, finalmente, elaborar una exégesis bíblica, una 'vida edificante' o un sermón. Nosotros nos referiremos hoy más bien a su obra histórico-científica, más conocida -aunque no publicada en Perú, por desgracia, como la Peregrinación-, y queremos aplicarle también el calificativo 'literario', mencionado ya en nuestro título.
Pero pedimos al auditorio selecto que no entienda este referencia como búsqueda de su benevolencia disciplinar. Por el contrario, sentimos que este calificativo 'literario' puede serle aplicado a la historia indiana del P. Acosta legítimamente, sin forzar los términos. Por un lado, queremos devolverle al calificativo literario el sentido que tuvo antiguamente, en tiempos del autor, cuando las letras no estaban separadas de las ciencias -ni siquiera las letras sagradas-, sino a su servicio. Este ambicioso significado de 'literatura' se conservó por largo tiempo, durante el Barroco y la Ilustración, permitiendo a los sabios Ulloa y Jorge Juan fundar en Cádiz a mediados de siglo una "Academia literaria" para desarrollar los estudios matemáticos y físicos, o al jesuita expulso Juan Andrés titular una obra suya muy exitosa -"Origen, estado actual y progresos de toda Literatura", o sea, de todas las ramas del saber-, que según una autoridad como Miquel Batllori logró atraer la máxima atención de la Academia de sabios europea en ese año (1982).
Por un lado, pues, podemos decir que Acosta habría escrito una obra literaria -sin presentismo alguno de nuestra parte- con su Historia natural y moral de las Indias. No sé si este sentido contemporáneo del autor emociona a los lectores hispanos actuales de literatura americana, o a los profesores de esa materia disciplinar, tan en boga en la Academia norteamericana de Romance Languages... No sé tampoco si será por esto que no se ha hecho aún una edición crítica ni han salido libros sobre ella, como pide el público, al verla incluida en su programa de Literatura americana, aunque es un hecho que tal edición y estudio se reclama.
Por otro lado, además de su sentido científico-literario, el autor habría iniciado un tipo de escritura indiana que habría de hacer fortuna. Lo que querríamos desarrollar hoy más bien sería este segundo sentido: el de un tipo de "crónica de Indias", que creemos no ha recibido la atención que merece. Gracias a O'Gorman ya no nos fijamos tanto en el supuesto defecto de 'plagiario' para juzgar del mérito de su 'historia moral' -de que le acusaban los indigenistas mexicanos de fin de siglo- ni nos inclinamos por razones científicas en favor de la Historia natural, como se le ocurriera al científico español D. José Rodríguez Carracido, que opinaba para disculparlo:
"Parece motivo de censura que, al pasar de la historia natural a la moral, en ésta no levante su tono el estilo [...] pero en su descargo debe advertirse que [tratando de...] los sucesos acaecidos entre gentes semibárbaras, movidas por sentimientos tan extraños a los nuestros [...] no podía apasionarse por el asunto de su relación hasta exornarlas con las preseas literarias" (1899: 118).
Ambos tipos de nacionalistas, mexicanos y españoles, traicionaban igualmente al autor enjuiciado. Pero el propio editor O'Gorman no dedicó en su larga y valiosa introducción ni una palabra a justificar el género de escritura o discurso intelectual que engloba inextricablemente ambas materias, la natural y la moral. A decir verdad, no se ha dedicado la atención que merece a la peculiaridad de esta obra, que ensambla de un modo nuevo fenómenos de historia natural y moral, de geografía y de etnografía. Autores como Sánchez Alonso (1944), Porras Barrenechea (1954 ) o Esteve Barba (1964) solamente llaman la atención sobre el artificio de la obra, que une dos cosas diferentes. Apenas Walter Mignolo ha señalado recientemente el nuevo modelo de crónica, pero atribuyendo la invención a Fernández de Oviedo (1982: 78 ss.) y poniendo el acento más bien en la dualidad que en la unidad del programa histórico del P. Acosta.
Creo que el P. Acosta ha sido más entendido en su propuesta histórica 'binomial' -natural y moral- por el gremio de los antropólogos, que hace tiempo lo han elevado a los altares, en sus lares propios, sacándolo del Olimpo inalcanzable en que le colocaron los historiadores y los científicos naturales. Ha sido la labor solitaria de gentes como John H. Rowe (1964), de mí mismo (1978), de Anthony Padgen (1982) -precedido por su maestro Elliott (1972)- o de Sylvain Auroux (1987) la que le ha restituido a Acosta al ámbito aristotélico correspondiente, que le permitió configurar un canon histórico propio en la escritura americanista, y a nivel mundial. Modestamente, creo ser yo quien más ha insistido desde 1978 -a veces, en solitario- en que no se puede separar una parte de otra en su Historia indiana, denunciando tempranamente el sesgo naturalista de la editora norteamericana del facsímil de la príncipe, en 1977, Barbara Beddall, como presentista y a-científico. Esta edición venía amparada en Valencia por la escuela prestigiosa de López Piñero. Posiblemente, no obstante, todos tengamos un precedente común en las menciones juiciosas que hiciera el jesuita François Dainville (1940), para conectar la obra de Acosta con el programa de 'geografía moderna' -como él le llamaba- de la Compañía de Jesús, a través de sus 'cartas anuas'. Por lo que hace al ámbito de las Indias orientales, es inexcusable citar el precedente de la obra maestra de Donald F. Lach (1965), en su magnífico estudio de las cartas anuas jesuitas, si bien su mención de Acosta es más bien pobre.
Lo que querría ofrecer en este contexto literario que hoy nos convoca es una pincelada no anacrónica del contexto de gestación de este modelo, y de la naturaleza 'discursiva' de esta obra, que permita entender plausiblemente por qué se puede decir de ella que engendra un nuevo modelo de crónica indiana, así como asomarnos brevemente al amplio panorama literario que se abrió después. Creo sinceramente que, con estas aclaraciones, entenderemos mejor esta obra, y seguramente también el campo global de la cronística americana, en que ella se engarza inexorablemente.
Fermín del Pino
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