28/4/11

SER HUMANO

Ensayo de antropología cristológica
Autor: Alberto Simons, S.J.
2011 / 16.5 x 23 cms. / 520 pp.
ISBN: 
Universidad Antonio Ruiz de Montoya / Pontifica Universidad Católica del Perú



Este libro quiere ser un ensayo de Antropología Cristológica, pero la vinculación entre estos dos conceptos de antropología y cristología merece una aclaración, ya que, en general, se habla de antropología teológica o de diferentes aproximaciones a la cristología, pero no es frecuente relacionar estos dos conceptos según lo queremos hacer aquí.

Creemos, en primer lugar, y es la hipótesis que está en la intención de nuestro ensayo, que el cristianismo, en cuanto implica de forma esencial el seguimiento de Jesucristo, es imposible si no se acepta, con toda su radicalidad y consecuencias, que él fue un ser humano como nosotros, como lo señalan el himno de la carta a los Filipenses (2, 7) y  Hebreos  (2, 17, 4, 15). La excepción de menos en el pecado, como explicaremos luego, no lo hace menos humano que nosotros sino plenamente humano, porque justamente el pecado, el mal es lo inhumano. Ser cristiano consiste, de forma esencial, en ser como Jesús, en su seguimiento; si él hubiera sido diferente a nosotros en algo fundamental, este seguimiento sería imposible. Por no aceptar la plena humanidad de Jesús, como se ha señalado, para muchas personas Jesucristo resulta admirable pero poco imitable. Por otra parte, es cierto que este planteamiento nuestro tiene dificultades; por ello la intención de este ensayo es, en gran parte, enfrentar estas cuestiones, pues enfrentadas resultan, más bien, esclarecedoras.

Por ello, podríamos también decir que este ensayo es de cristología fundamental porque busca cimentar el esfuerzo por comprender mejor misterio de Jesucristo en aquellas características y aspiraciones medulares del ser humano. En cada acción concreta del conocimiento y la libertad, el hombre se experimenta siempre remitido más allá de sí mismo y de todo objeto específico hacia un misterio insondable. Sólo cuando se vislumbra lo infinito puede reconocerse lo finito en su condición de tal, y sólo así, es posible la libertad frente a todo lo limitado y finito. De modo que el ser humano es lo indefinible remitido a un misterio de plenitud y en la más atrevida de sus esperanzas, se atreve a esperar que este misterio no sólo fundamente la existencia, sino que se dé a sí mismo como plenitud del hombre. Esta autodonación de Dios presupone la libre aceptación por parte del hombre. Por eso la encarnación de Dios en Jesucristo es el caso supremo y único de la realización esencial de la realidad humana. Karl Rahner dirá que si Dios se hizo hombre (en Jesucristo), y sigue siéndolo eternamente, “toda teología es, eternamente, antropología”., y “Quien acepta plenamente su ser-hombre (…) ha aceptado al Hijo del hombre porque en él Dios ha asumido al hombre.”[1]

En segundo lugar, desde el punto de vista teológico, sólo se descubre lo que es el ser humano en la persona de Jesucristo, el hombre nuevo, el verdadero Adam, según Pablo.
En tercer lugar, es necesario aclarar que no queremos hacer una especie de “jesuología”, viendo en Jesucristo sólo el aspecto humano y a nuestro parecer de forma recortada, sino más bien abarcar la plenitud de su ser porque es eso, justamente, lo que aporta el aspecto más trascendente de nuestra propia humanidad, aquello que todavía no somos pero estamos llamados a ser; por ello hablamos de una antropología cristológica. Como ha señalado muy bien K. Rahner, desde el punto de vista teológico, se puede hacer cristología como antropología que se trasciende a sí misma, y, al revés, se puede elaborar una antropología como cristología deficiente[2].

Intentaremos percibir, desde una perspectiva de la filosofía de lo humano, cómo vivió Jesús  nuestro ser de hombres teniendo en cuenta las características fundamentales que nos son propias, pero al mismo tiempo descubrir lo que él aporta a la vivencia de nuestra humanidad en búsqueda de su plenitud. Lo que encontramos en Jesús es la aceptación plena de su ser humano, con todas sus limitaciones, pero también con todas sus posibilidades. En él no vemos a un ser disminuido, sino a alguien en uso de todas sus potencialidades de inteligencia, libertad y afectividad. Por ello, es necesario acercarse al Jesús de la historia, en cuanto nos es posible; al Jesús de los evangelios, para evitar lo que se ha llamado el “idealismo cristológico”; este último nos llevaría  a una cristología vaga y abstracta, fácilmente manipulable. El Jesús de los evangelios no se presta a la manipulación y al acomodo. Los seres humanos corremos el riesgo de poner los conocimientos al servicio de nuestros intereses, tratando así de legitimar racionalmente una manera de vivir y de pensar. Eso sería convertir la cristología en una ideología al servicio de nuestra manera de existir, pero más bien Jesús de Nazaret cuestiona nuestras ideologías, nuestros intereses y nuestra forma de vivir desde lo más hondo.  

Este ensayo está dirigido a personas insatisfechas. Lo de “insatisfechas” hace alusión a muchas cosas y esto es pretendido; sólo voy a hacer alusión a alguna de ellas. En primer término, se refiere a personas que no se resignan a aceptar la situación de nuestra realidad tal como se nos presenta actualmente, y están en actitud de búsqueda. Esto implica también una actitud modesta, opuesta a la pretensión de poseer la verdad, y la conciencia lúcida de lo que falta por recorrer en el propio camino. Implica también deponer la actitud arrogante de los “profesionales” del cristianismo; la rígida ortodoxia que se opone al encuentro con la realidad viva de Jesús. Paul Tillich a este respecto afirma que “se ha perdido el sentido de la búsqueda”. Jesús es un misterio permanente y así convierte al que va a su encuentro en alguien que debe estar siempre dispuesto a emprender nuevos caminos.

Por ello, el procedimiento que vamos a seguir no será deductivo y abstracto; no partiremos de dogmas, grandes verdades o títulos para aplicarlos a la figura de Jesús, sino más bien inductivo y concreto, pues partiremos de los datos específicos de los evangelios, ya que éstos no pretenden explicarnos quién era Jesús sino que nos lo relatan, nos lo cuentan. Nosotros pretendemos lo mismo; es a partir de lo que hizo y dijo Jesús que nosotros haremos nuestra propia lectura y ¡ojala! nos dejemos sorprender por él y descubrirlo o redescubrirlo nuevamente, y así podremos relacionar nuestra vida e historia con la vida e historia de Jesús.

Al preguntarnos por lo humano nuestro en relación a Jesús, nos estamos preguntando por lo que quizás todavía no es, pero podría y debería ser y, en este sentido, es una perspectiva utópica, de lo que no tiene lugar todavía en nuestro mundo porque significa abandono de nuestros lugares seguros como se le indicó a Abraham: deja ese lugar y vete hacia una tierra que no conoces. De alguna manera la figura de Jesús es la utopía de nuestra humanidad, el arquetipo de ésta.

Pero esta forma utópica de ver el mundo no niega que debamos enfrentar nuestra realidad con todo rigor tanto en lo personal como en lo social, pues justamente lo que planteamos es poder leer esa realidad desde la interpelación que nos viene de la persona de Jesús. Por ello es una mirada profética en el sentido de ver e interpretar el presente desde el futuro  desde la buena nueva anunciada por Jesús.


[1] Cf. para todo este párrafo RAHNER, K,: Escritos de Teología T. IV, Edit. Taurus, Madrid, 1961. p. 157 y todo el artículo titulado Para la teología de la Encarnación, pp 139-157.
[2]   RAHNER, K,: Escritos de Teología T. I, Edit. Taurus, Madrid, 1961, p. 183 nota 19. Rahner también ha dicho: “La cristología es el comienzo  y el fin de la antropología y la antropología,  en su realización más radical, es eternamente teología…” Citado por X. TILLIETTE,  El Cristo de la Filosofía, Desclée de Boouwer, Bilbao, 1994, p. 196.